sábado, 26 de diciembre de 2015

Iniciativa FFO - Primera Ronda - Navidad

Hola, lectores!

Primero que nada, espero que estén pasando unas excelentes fiestas. Llenas de alegría y de gozo, y con la gente que más quieren.

Esta es mi primera entrada de la iniciativa Freelance Friends Online, alias FFO. Esta iniciativa fue creada por Agustina y Micaela, y a mí me tocó hacer pareja con Fátima de Mis atrapasueños . En esta primera ronda, la temática fue, obviamente, navideña, y nos tocó escribir o un cuento o una canción navideña. Decidimos escribir un cuento cada uno, uno feliz y otro triste, y elaborar, al final, una moraleja que tuviera en cuenta la temática de los dos pero que sirviera como enseñanza en estas Fiestas. 

Aquí les dejo los dos cuentos y la moraleja, para que disfruten.

Felices fiestas!!

Mi cuento:


El niño esperó a que el último vehículo hubiera atravesado la esquina y se dispuso a cruzar la calle. Hacía algo de frío y tenía hambre, pero él no lo sentía: el más profundo instinto de supervivencia le había hecho bloquear los desesperados clamores de su estómago pidiendo comida. Hay veces que la situación no amerita más que aguantar con lo que se tiene, o reventar de desesperación. Y él no iba a reventar, lo tenía muy claro.

Era imposible acordarse cuánto tiempo llevaba el chiquillo viviendo esa vida anómica, desangelada. Su familia había recorrido un camino plagado de eventos. La madre se había casado con el padre, y había ido a vivir a casa de éste, una casa con todas las comodidades, aunque no podía ser considerada una mansión. Una vez allí, la pareja tuvo a su hijo, al que nombraron Gabriel, por el arcángel. Sin embargo, lejos su vida estuvo de ser la de uno de dichos seres: se descubrió que el padre había conseguido la casa con dineros mal habidos, así que un buen día la incipiente familia fue notificada de que debía abandonar la casa, que había legalmente pasado a ser propiedad de uno de los acreedores de su padre. Éste, por su parte, luego del desalojo desapareció por completo. Y digo por completo pues ni Gabriel ni su madre supieron nunca más de él.

La madre, por su parte, también al cabo de unos meses debió separarse de su hijo, aunque esta vez por su imposibilidad de sostenerlo sin ingresos de dinero. Apenas podía mantenerse ella, ¿qué se podía esperar en términos de criar un hijo? Así es que, proceso judicial mediante (ya se sabía, durante el juicio al padre de Gabriel, que ella no poseía trabajo estable), la guarda de Gabriel fue dada a un orfanato, una de esas instituciones que “crían” y “educan” a los niños sin padres ni familiares que puedan hacerse cargo de ellos.

En el orfanato, Gabriel conoció las cuatro comidas diarias, aunque éstas no fueran, casi nunca, más que fideos, arroz y pan, muchas veces viejos. Los demás niños del lugar no tenían demasiado problema con él, aunque tampoco Gabriel tenía mucha relación con ellos; se sentía raro en ese espacio, en el que todos los chicos tenían una historia de vida complicada (aceptémoslo, nadie coloca a sus hijos en un orfanato porque sí, y no creo que vivir en uno sea una experiencia que los más chicos quieran tener), y Gabriel tampoco era tan grande como para entender. Simplemente porque algo de eso había vivido él mismo, pero no había tenido tiempo aún de procesarlo. Las que sí que no se parecían en nada a su madre eran las personas que tenían, justamente, que cumplir ese rol. Gabriel, de entrada nomás, no logró hacer buenas migas con ninguna de las supervisoras ni celadoras; para él eran simplemente policías que esperaban que uno hiciera algo indebido para castigarlo. Encima, el tiempo que tenían para jugar era muy poco: las celadoras los dejaban salir al patio del orfanato (un patio sin la más mínima mata de pasto) solamente por pocas horas diarias y siempre programadas; no existía el concepto de “salir a jugar hasta que caiga el sol”, tan común entre niños de su edad. Por lo menos en el lugar los hacían estudiar a los chicos, como para que, al momento de salir, tuvieran alguna educación, aunque más no fuera primaria.


Una tarde de fin de la primavera, cuando estaba por hacerse de noche y los chicos estaban por darse el baño de todos los días, Gabriel sintió algo raro. No supo bien qué era, parecía ser un llamado de la naturaleza, pero de una forma extraña, que sentía más que nada en el pecho. Una sensación como de pesadez. En días sucesivos, de a ratos sentía lo mismo, aunque sin poder precisar qué era lo que sentía, ni siquiera ante el médico que fue llamado de urgencia una noche al orfanato para determinar por qué Gabriel se había descompuesto y no toleraba la comida (todo esto después de que las celadoras hubieran tratado de “reencauzar” al chico con los métodos pedagógicos acostumbrados).

Llegó el 24 de diciembre. Y Gabriel, finalmente, sí tuvo un principio de entendimiento de qué había pasado. Ese día, se iba a hacer una representación teatral de la Navidad. Los chicos habían pasado algunas semanas ensayando y, la verdad, no había sido del todo malo. Estaban entretenidos con hacer algo diferente, algo que en todo el resto del año no hacían, y además se renovaban sus esperanzas de conseguir algún regalo. La representación era de un pesebre, la Nochebuena, José y María llegando a su pueblo, no encontrando lugar para dormir y hallando, finalmente, un pesebre donde María daría a luz a Jesús. Gabriel, en años anteriores, había participado de algunas de las obras, pero este año no. Y vio su oportunidad. Y la aprovechó, mientras todos estaban mirando a sus compañeros actuar.

 Una vez en la calle, Gabriel se alejó rápido de aquel gris edificio, que guardaba sus más pestilentes memorias. No quería estar ahí. No le correspondía. Los demás chicos no eran malos, pero él no quería eso. Y echó a andar por las calles. Cuando estuvo a una cierta distancia del orfanato, entró en una panadería a pedir que le dieran, aunque fuera, un trozo de pan. Luego (ya era de noche) se dedicó a vagar por la ciudad. Observaba a través de las ventanas de las casas, cuando se podía, y veía las familias felices alrededor de la mesa, el pavo navideño o el asado, las bebidas, las decoraciones. ¡Cuánto hubiera dado él por tener eso, en ese momento! Se quedó un largo rato delante de una ventana especialmente grande, alejándose de a ratos para no ser visto desde adentro, observando el espectáculo que se daba puertas adentro. 

- ¿¡Chico, qué haces ahí!?- escuchó Gabriel una voz detrás suyo.

Sin detenerse a mirar quién había sido el autor de esas palabras, Gabriel se echó a correr desesperadamente. Ya había pasado varias veces por la experiencia de escuchar esas palabras en ocasión de estar haciendo algo malo, por lo que les había tomado aversión. En su loca carrera, Gabriel no vio a la mujer que estaba directamente enfrente suyo, caminando por la vereda; digo que no la vio, pero en realidad la vio justo antes de ir a dar con su humanidad de lleno contra ella. 

El choque los dejó a los dos por los suelos. Se miraron. Por alguna razón no lograron quitarse la mirada de encima uno del otro…razón que Gabriel entendió una décima de segundo antes que la mujer. 

- ¡Mamá! – gritó éste.

- ¡Gabriel! ¡Hijo mío! – gritó la mujer, casi al unísono.

Por un segundo pareció que los dos creían haberse confundido, porque no pasó nada; pero luego madre e hijo se fundieron en un larguísimo y fuerte abrazo. Los dos, con abundancia de lágrimas, dieron rienda suelta a las emociones que en ese momento invadían sus cuerpos. Más de diez años habían pasado separados, y ahora se volvían a juntar, en una calle cualquiera, por algo tan inesperado como un encontronazo en la calle, después de que alguien sorprendiera a Gabriel espiando por una ventana en la noche de Navidad. ¡Y tantas cosas habían pasado! Resultó que madre había conseguido un trabajo, no muy bien pago pero estable, y había logrado alquilar una pieza en una casa de muchas habitaciones, que casualmente las ofrecían para quien buscara alojamiento barato. No había encontrado aún una pareja, pero al menos un techo tenía. Y hacia esa pieza se llevó ella a Gabriel. Una vez ahí, comieron algo y se contaron sus vidas, lo que había pasado desde que se habían separado. Gabriel entendió todo. No podía culpar a su madre (con la que, al principio, había mostrado cierta desazón por haberlo abandonado). A las doce de la noche, los dos se abrazaron en esa habitación.

- Feliz navidad, hijo.

- Feliz navidad, mamá. Qué suerte tenerte cerca otra vez, te extrañé mucho.

- No le agradezcas a la suerte, hijo. Es Navidad. El milagro de la Navidad se produjo. El Niño Jesús está más vivo que nunca.




El cuento de Fátima:


El frío se colaba por sus huesos, sus dientes castañeaban, y todo su cuerpo tiritaba. ¡Ay! Cuánto deseaba un poco de calor. Para olvidarse un poco empezó a caminar, las calles parecían haber sido espolvoreadas por purpurina plateada, los faros ofrecían al ambiente la calidez que él esperaba, abrazando su cuerpo, y frotando sus brazos para proporcionarse calor continuó andando.

Las personas pasaban a su lado sin notarlo; niños tomados de la mano de sus padres, parejas en cuyos ojos se reflejaba amor, el más puro que había visto. Todos con gorros o abrigos graciosos, que los hacían ver más corpulentos.

¿Qué estaba haciendo ahí?


Era Nochebuena, y todo el mundo se dirigía hacia algún lugar. Pronto los aeropuertos, las estaciones de trenes y hasta los mismos taxis, serían testigos de reencuentros anhelados, de abrazos dados con el más profundo sentimiento de añoranza. Viejecitas volverían a ver a sus hijos, familias enteras se reunirían, todos ocuparían el lugar que no ocupaban hace mucho tiempo, juntos en una mesa.

Una lágrima solitaria rodó por su mejilla. Había un sentimiento que aprisionaba su pecho.

Siguió andando con paso lento, sus manos dentro de sus bolsillos, para darles un poco de calor. Su vista clavada al suelo, húmedo por la nieve. Entonces, un niño llorando captó su atención. Miraba a todos lados como si no supiese dónde estaba, se frotaba los ojitos y la angustia era notable. Quiso acercarse a él para preguntarle qué pasaba. Sin embargo cuando estuvo a unos pasos, la que parecía su mamá apareció. Al principio quiso reprenderlo, pero al ver la tristeza en esos ojitos, su mirada se suavizó, lo abrazó con fuerza y cargó en sus brazos.

—No vuelvas a asustarme así, amor mío —dijo la mamá con voz melosa—, pensé que te habías perdido. 

Sin más se alejaron, se fueron, todavía sin reparar en él. Nadie lo hacía, nadie notaba que estaba ahí, con el dolor calando su alma.

¿Por qué? 

Mas adelante en su camino, una chica cargaba una cantidad exagerada de bolsas, probablemente serían los regalos que daría a sus seres queridos, pero lo cierto es que no podía con ellos, y a leguas se le notaba. Otra vez, su espíritu servicial afloró, y corrió hacia la chica para ayudarla. Sin embargo, estando a unos metros, un chico se adelantó, sostuvo todo con lo que ella no podía y luego le dio un tierno beso. Era su novio. Pasaron a su lado, riendo enamorados sin girar ni una sola vez a verlo.

¿Acaso era invisible? 

Un bebé en una carriola lo observó risueño, sus padres se habían detenido en un escaparate por el que pasaba. Parecía ser el único que notaba a ese ser solitario, que ni siquiera sabía cuál era su rumbo, ni hacia dónde se dirigía. Pero, inexplicablemente al sentirse observado, al sentir por fin que alguien lo notaba en ese suburbio en el que cada quien parecía absorto en su propio mundo, el frío extenuante que sentía, y el sentimiento de soledad que lo ahogaba, fue apagándose un poco. Se sintió tan tenue como los rayos del sol muriendo en el crepúsculo. Entonces recordó el cielo... Y luego... No, aún no era el momento.

El pequeño le sonreía, hacía gestos tiernos y jugueteaba, lo miraba con una confianza infinita, él entonces, un poco tímido, le ofreció un atisbo de sonrisa. Eso hizo que el bebé riera aún más, le hacía señas para que se acercara, y él dubitativo se mantenía en su lugar.

—¿Qué es lo que te causa tanta gracia pequeño? —le preguntó su padre. Miró en la misma dirección que el bebé, pero no notó nada.

Él tampoco puede verme, pensó.

Era increíble como sólo ese pequeño lo había visto. Y como todos los demás parecían ignorarlo. Observó sus manos, se tocó el rostro, no. Él se sentía, experimentaba las sensaciones, ¿cómo podría sentir frío si no?

El mundo seguía con su ritmo. Todos iban y venían, y nadie, absolutamente nadie lo notaba. Luego a lo lejos, divisó a alguien que reconoció. Un viejo amigo. A él si lo notaban, pero lo ignoraban a propósito. Pedía limosna, y parecía muerto de frío, aún más que él.

—¡Denle algo por favor! —gritó angustiado, corriendo al lado de su compañero, que parecía vulnerable—, no pasen de largo. ¡Ayudenlo! Puede morir de hipotermia.

Sin embargo todos sus gritos eran en vano, la gente pasaba del pobre hombre abandonado. Y era como si de él ni siquiera viesen nada. Ambos estaban solos ahí.

Una mano se posó sobre su hombro.

Un ser hermoso. Con ¡¿Alas?! Miraba directamente al hombre mendigo, mientras posaba su mano sobre el otro. Su rostro parecía ensombrecido.

—No hagas esfuerzos inútiles —su voz retumbaba como eco, sin embargo provocaba un sosiego inigualable —. Nadie podrá escucharte. Nadie puede verte.

Esta vez lo encaró.

—Pero tienen que poder hacerlo, ¡Tienen qué! Además, morirá si no lo ayudan.

—Como lo hiciste tú.

La afirmación del ser alado lo descolocó. 

—¿Que has dicho? 

—Moriste. Tú ya no perteneces a este mundo. —dolor cruzó las hermosas facciones del que suponía era un ángel—. Él pronto lo hará, y tendré que venir por él, justo como ahora contigo.

—No, eso no es posible. Yo estoy aquí, siento, escucho...

—No puedes palpar las cosas —le dijo. Entonces intentó tocar el poste de un faro, y en efecto, no podía —. Eres consciente de tu cuerpo, de tus sensaciones, porque tu alma aún no ha abandonado este mundo. Sin embargo ella lo sabe, ella piensa en el cielo, allá es adónde vamos.

—Pero... ¿cómo?

—Esta misma tarde fue tu deceso, eras uno de esos vagabundos. Este frío insoportable fue demasiado para ti, pedías cobijo, limosna, algo de comida, y nadie te lo daba. No pudiste, y por eso, al despertar tu alma, lo primero que sintió fue frío. Era tu recuerdo, el último adiós.

—Pero, cuando el pequeño me miró...


—Un alma pura puede notarte, mientras aún estás aquí. Él te dio atención, pero de la única forma que podía. Sentiste paz ¿no es así? —asintió—. Y una suave calidez invadirte. Es porque tu alma sintió que había esperanza. El hombre empezó a llorar—. Vamos, es hora de partir. Fue duro no tener qué comer, no tener abrigo, y estar solo en este cruel mundo. Pero, eso ya pasó.

—Es nochebuena. Y no quiero que mis compañeros estén así. No, no podemos dejarlos aún.

—Lamentablemente no podemos hacer nada, en este mundo son sus propios habitantes los que tienen el poder de cambiar. Sólo nos queda esperar que haya alguien que no pase de largo. El espíritu navideño tocará algún corazón...

—No es suficiente —dijo con rabia 


—No, puede que no. Pero alguno de ellos tendrá un pequeño soplo de esperanza y eso... Es mejor que nada. Ahora, vámonos, no hay más tiempo.

Entonces el hombre se dejó llevar. Rogándole al cielo con todo su corazón, que hubiese alguien que pensara en esas personas que lo acompañaron en vida. Y en esta navidad, al menos tuvieran un soplo pequeño de alegría.



Moraleja


Estas fechas son el momento perfecto para estar con los seres que más queremos, procuramos que la unión sea el plato principal. Nos preocupamos por los regalos, la ropa e incluso la comida. Y por qué no decirlo, las apariencias que tenemos que guardar. Y está bien que pensemos en nuestra familia, en las personas más cercanas a nosotros. Pero debemos ver estas fechas como lo que son, el recuerdo del nacimiento de alguien que no necesitó de cosas ostentosas para traer esperanza. El nacimiento de Jesús. Deberíamos recordar que no es el dinero, ni las cosas materiales lo que importan, sino la unión, el tiempo de calidad. Y también aceptar lo que tenemos, porque es seguro que hay alguien que no lo tiene. En estas fechas, olvidemos las cosas materiales, agradezcamos la comida y el sencillo regalo que nos dieron, y sobre todo, recordemos a los menos afortunados, ellos nos necesitan... cada vez que quieras quejarte por el celular que no te regalaron, recuérdalos, al menos nosotros tenemos un techo, una familia. Seamos esperanza para ellos.

5 comentarios:

  1. Esteban me dejaron con la boca abierta! Ambas historias son muy lindas.
    Saludos!

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  2. Wow, realmente me paro y los aplaudo. Lo hicieron genial! La moraleja es muy linda y dice pura verdad!

    Saludos!

    Sugus

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  3. Hola Esteban! la verdad es que son cuentos muy lindos y deberían seguir subiendo :3 lo cierto es que tener una iniciativa de escritura es muy importante, más que nada para aquellos que les encanta escribir, a mi me gusta mucho pero cuando me siento frente a la página en blanco, me quedo igual, en blanco jaja me gustó mucho la moraleja! un abrazo enorme♥

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  4. Hola Esteban! Tu cuento me emocionó. Me hizo recordar a uno que leí hace años, que también se trataba de un niño en esas condiciones. Espero que te animes a seguir subiendo cuentos y relatos! Besos!

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  5. Hola Esteban! Cómo estás?
    Primero que nada, me parece muy linda la iniciativa en la que estás participando :) La moraleja es tan cierta y siempre trato de compartir ese mismo pensamiento con mis allegados, así como también que la cuestión no es recibir, sino dar para hacer al otro feliz.
    Me gusto mucho el cuento de Fátima... me entretuve mucho leyéndolo :)
    Saludos! Feliz año nuevo!

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