Esta es mi
segunda entrada para la iniciativa Blogueros
Filosóficos, una creación del gran dúo AF-PG, y la verdad es que tuve
varios temas como candidatos. Finalmente me decidí por éste, que es un tópico
con el que yo a) tuve una relación particular durante gran parte de mi vida, y
b) le di varias vueltas en las últimas semanas.
¿Por qué razón
está tan valorada la precocidad? ¿Por qué es que le damos tanta importancia a
un logro realizado a una edad muy temprana, destacando la edad como un activo?
Veamos:
Beethoven compuso su primer concierto a los once años. A los cinco, Mozart ya escribía piezas de cierta extensión. Lindsay Lohan fue modelo a los tres años.
Christian Bale empezó a actuar a los ocho años. Sergio Agüero jugó
profesionalmente al fútbol por primera vez a los quince años. Y seguramente
ustedes pueden encontrar otros ejemplos: la historia está llena.
Pero, ¿a qué se
debe este fenómeno de la precocidad? ¿Por qué son tan sonados estos casos?
Una explicación
que podríamos dar es que, cuando una pareja tiene un hijo, una de las cosas que
invariablemente va a hacer es esperar, con gran alegría, los “primeros pasos”
en la vida de su hijo/a. La primera vez que camina sin gatear, la primera
palabra que dice, su primera vez leyendo, su primer diente de leche…en fin, pasos de crecimiento que los padres, con
seguridad, estarán orgullosos de exhibir. Pero aquí hay una trampa. Todos estos
hitos están celosamente estudiados (ya dije en mi otra entrada filosófica que el ser humano tiene una
atávica necesidad de categorizar, de hacer estadística) y, en años tempranos,
los padres y los médicos que los asisten en la crianza prestan gran atención al
momento en el que se dan. Así es como surgen los clásicos mi hijo no caminó y tiene tres años, mi nena no habló y ya tiene cinco,
la nena no quiere jugar con los demás chicos en el patio, etcétera. Son,
para la humanidad estadística, símbolos
de atraso, de algo que debería (¿según quién?, ¿por qué?) haberse dado antes. Y, lógicamente, cuando se da el
caso inverso, los padres explotan de orgullo. Sus hijos le ganaron al promedio. Y está bien.
Pero existe una
contraparte a la precocidad. Muchas personas, ya de grandes, emprendieron su
camino en distintas materias. Un ejemplo son las personas mayores de 30 que
estudian carreras universitarias. Me tocó en su momento cursar con gente así, y
pese a la sorpresa inicial (la inmensa mayoría de los que inician carreras
están debajo de los 25 años) hay una razón por la que deberían tener problemas
en estudiar y aprobar las materias del programa. Meryl Streep se egresó de la
escuela de artes a los 27 años y su primera aparición en un escenario (de
manera profesional) fue a los 26. Gabriela Margall tuvo suceso como escritora
alrededor de sus 30 años. La recientemente fallecida Aurora Venturini, a pesar
de haber publicado por primera vez a los 20, recibió su primer premio literario
a los 26. Y así se puede continuar con los ejemplos, que verdaderamente son
muchos (gran parte del tiempo que empleé en armar esta entrada lo usé en buscar
ejemplos bien documentados).
Yo estas cosas
no las pensé hasta varios años después. La mayor parte de las inclinaciones que
tuve en mi vida las tuve, lo que se diría, tarde.
Empezó a interesarme la música después de terminar el colegio. Empecé a
escribir cuando ya estaba más cerca de los 30 que de los 20. Mi pasión por la
lectura, si bien existió de chiquito y luego quedó dormida, se despertó recién
a los veintipico. Me volví fanático del fútbol (incluso con interés de jugar en
un club, interés que luego se dio de
frente contra mis evidentes limitaciones técnicas) a los 15 (sí, recién a
los 15 se me ocurrió la idea de dedicarme al fútbol).
Por supuesto, es
verdad que, a una edad más temprana, quizás comenzar una carrera en cualquier
disciplina es más fácil. Más allá de las horas que se pasan en el colegio, lo
cierto es que la vida tiene menos preocupaciones y menos estrés que en la vida
adulta, donde la necesidad de trabajar y el desgaste que eso genera, además de
la necesidad en muchos casos de mantener una familia, hacen que no tengamos demasiado tiempo de nada.
Lo que es
discutible (y yo no creo, aunque es una opinión meramente personal) son los
argumentos del tipo la cabeza/mente está
mejor preparada o es más fácil
aprender de chico. Una persona, suponiendo que no esté impedida física ni
mentalmente, podría o debería poder acometer cualquier tarea que se proponga.
Pero tiene que
proponérselo. Y para eso tiene que descubrir que tiene una pasión por
determinada cosa, tiene que descubrir que le gusta. Y en ese descubrir que algo nos gusta hay una
infinidad de factores, casi todos azarosos e incontrolables por el ser humano, que
determinan que el descubrimiento se produzca antes o después. Es el famoso “me cayó la ficha”. En el ejemplo que
daba antes, mi interés por la lectura se dio después de cumplir los 20 porque
las condiciones se dieron para que me interesara leer ahí, y no antes.
La precocidad,
entonces, termina siendo un dato estadístico, una simple medida de desviación, una cuestión de a qué edad comenzamos a hacer algo en relación
con el promedio de la población. Uno de los encasillamientos en los que cae el
ser humano por su naturaleza (algo de esto hablé en mi entrada anterior de esta
sección, Esereotipos). Pero no creo
que tenga más valor que eso. Porque, al final, cuando vemos algo lindo,
agradable, ¿nos importaría tanto que quien lo creó lo haya hecho de chico o de grande?
Muy buena entrada, de verdad que invita a reflexionar. También debo decir que es muy buena la iniciativa de Bloggers Filosóficos. Saludos!
ResponderBorrarHola!
ResponderBorrarMe ha gustado mucho la entrada. Creo que todo depende de la forma en que es criado, un chico que desde pequeño es motivado tendrá más capacidad en respectivas cosas. Pero como vos decís, siempre es momento de seguir aprendiendo y solo se necesita voluntad
Hola! Me gusto mucho esta entrada, antes habia escrito un comentario extenso y cuando coloque enviar me salio error :(. Pero recuerdo que llegue a la misma conclusión, los seres humanos somos seres muy complejos y nos influencia muchísimo el ambiente y las relaciones. Por lo cual utilizar un medio estadístico para medirnos es un error, ya que hay demasiadas variables que afectarían al resultado, volviéndolo imprevisible.
ResponderBorrar¡Hola Esteban!
ResponderBorrarEstudié algo de esto en la materia psicología este año y hay un autor que se llama Piaget que estudió la construcción de la inteligencia del niño. Hay algo que estoy de acuerdo con él y es que todos tenemos nuestros tiempos y yo creo que es la respuesta indicada (desde mi punto de vista) sobre el tema de la precocidad. Somos seres humanos distintos, con capacidades y habilidades distintas. No todos aprendemos a hablar o a caminar a la misma edad, o andar en bici, o a escribir o a leer. Algunos lo hacen antes, otros en el momento promedio y otros muchos después.
Según Piaget eso está bien porque es natural, todos tenemos nuestros tiempos y así se va construyendo, poco a poco, nuestra inteligencia (se construye sobre lo construido).
La verdad es que esta entrada es muy interesante y me encantó que sigas con mi iniciativa :D
Saludos,
Aylu.
Hola Esteban! Para mi la precocidad no pasa sólo por la estadística y el promedio, sino que tiene que ver con los limites. Los adultos odiamos los límites y que nos digan como tienen que ser las cosas... Entonces, cuando algo sobresale, sea para bien o para mal, lo hacemos notar, como si en ese logro se escondiera una pequeña rebeldía, como si de esa manera nos rebeláramos contra lo impuesto por ese dichoso promedio que nos dice como tienen que ser las cosas.
ResponderBorrarPor lo menos, lo veo un poco así tambien.
Besos!
Hola...está genial, he leído tus dos entradas y me encantaron...
ResponderBorrarExcelente reflexión, me hizo pensar en muchas cosas
ResponderBorrarEspero poder leer más entradas así en tu blog! :)