viernes, 18 de diciembre de 2015

Sobre la precocidad (y los que arrancan de grandes)


Esta es mi segunda entrada para la iniciativa Blogueros Filosóficos, una creación del gran dúo AF-PG, y la verdad es que tuve varios temas como candidatos. Finalmente me decidí por éste, que es un tópico con el que yo a) tuve una relación particular durante gran parte de mi vida, y b) le di varias vueltas en las últimas semanas.

¿Por qué razón está tan valorada la precocidad? ¿Por qué es que le damos tanta importancia a un logro realizado a una edad muy temprana, destacando la edad como un activo?

Veamos: Beethoven compuso su primer concierto a los once años. A los cinco, Mozart ya escribía piezas de cierta extensión. Lindsay Lohan fue modelo a los tres años. Christian Bale empezó a actuar a los ocho años. Sergio Agüero jugó profesionalmente al fútbol por primera vez a los quince años. Y seguramente ustedes pueden encontrar otros ejemplos: la historia está llena.


Pero, ¿a qué se debe este fenómeno de la precocidad? ¿Por qué son tan sonados estos casos?

Una explicación que podríamos dar es que, cuando una pareja tiene un hijo, una de las cosas que invariablemente va a hacer es esperar, con gran alegría, los “primeros pasos” en la vida de su hijo/a. La primera vez que camina sin gatear, la primera palabra que dice, su primera vez leyendo, su primer diente de leche…en fin, pasos de crecimiento que los padres, con seguridad, estarán orgullosos de exhibir. Pero aquí hay una trampa. Todos estos hitos están celosamente estudiados (ya dije en mi otra entrada filosófica que el ser humano tiene una atávica necesidad de categorizar, de hacer estadística) y, en años tempranos, los padres y los médicos que los asisten en la crianza prestan gran atención al momento en el que se dan. Así es como surgen los clásicos mi hijo no caminó y tiene tres años, mi nena no habló y ya tiene cinco, la nena no quiere jugar con los demás chicos en el patio, etcétera. Son, para la humanidad estadística, símbolos de atraso, de algo que debería (¿según quién?, ¿por qué?) haberse dado antes. Y, lógicamente, cuando se da el caso inverso, los padres explotan de orgullo. Sus hijos le ganaron al promedio. Y está bien.

Pero existe una contraparte a la precocidad. Muchas personas, ya de grandes, emprendieron su camino en distintas materias. Un ejemplo son las personas mayores de 30 que estudian carreras universitarias. Me tocó en su momento cursar con gente así, y pese a la sorpresa inicial (la inmensa mayoría de los que inician carreras están debajo de los 25 años) hay una razón por la que deberían tener problemas en estudiar y aprobar las materias del programa. Meryl Streep se egresó de la escuela de artes a los 27 años y su primera aparición en un escenario (de manera profesional) fue a los 26. Gabriela Margall tuvo suceso como escritora alrededor de sus 30 años. La recientemente fallecida Aurora Venturini, a pesar de haber publicado por primera vez a los 20, recibió su primer premio literario a los 26. Y así se puede continuar con los ejemplos, que verdaderamente son muchos (gran parte del tiempo que empleé en armar esta entrada lo usé en buscar ejemplos bien documentados).

Yo estas cosas no las pensé hasta varios años después. La mayor parte de las inclinaciones que tuve en mi vida las tuve, lo que se diría, tarde. Empezó a interesarme la música después de terminar el colegio. Empecé a escribir cuando ya estaba más cerca de los 30 que de los 20. Mi pasión por la lectura, si bien existió de chiquito y luego quedó dormida, se despertó recién a los veintipico. Me volví fanático del fútbol (incluso con interés de jugar en un club, interés que luego se dio de frente contra mis evidentes limitaciones técnicas) a los 15 (sí, recién a los 15 se me ocurrió la idea de dedicarme al fútbol).

Por supuesto, es verdad que, a una edad más temprana, quizás comenzar una carrera en cualquier disciplina es más fácil. Más allá de las horas que se pasan en el colegio, lo cierto es que la vida tiene menos preocupaciones y menos estrés que en la vida adulta, donde la necesidad de trabajar y el desgaste que eso genera, además de la necesidad en muchos casos de mantener una familia, hacen que no tengamos demasiado tiempo de nada.

Lo que es discutible (y yo no creo, aunque es una opinión meramente personal) son los argumentos del tipo la cabeza/mente está mejor preparada o es más fácil aprender de chico. Una persona, suponiendo que no esté impedida física ni mentalmente, podría o debería poder acometer cualquier tarea que se proponga.

Pero tiene que proponérselo. Y para eso tiene que descubrir que tiene una pasión por determinada cosa, tiene que descubrir que le gusta. Y en ese descubrir que algo nos gusta hay una infinidad de factores, casi todos azarosos e incontrolables por el ser humano, que determinan que el descubrimiento se produzca antes o después. Es el famoso “me cayó la ficha”. En el ejemplo que daba antes, mi interés por la lectura se dio después de cumplir los 20 porque las condiciones se dieron para que me interesara leer ahí, y no antes.


La precocidad, entonces, termina siendo un dato estadístico, una simple medida de desviación, una cuestión de a qué edad comenzamos a hacer algo en relación con el promedio de la población. Uno de los encasillamientos en los que cae el ser humano por su naturaleza (algo de esto hablé en mi entrada anterior de esta sección, Esereotipos). Pero no creo que tenga más valor que eso. Porque, al final, cuando vemos algo lindo, agradable, ¿nos importaría tanto que quien lo creó lo haya hecho de chico o de grande?

7 comentarios:

  1. Muy buena entrada, de verdad que invita a reflexionar. También debo decir que es muy buena la iniciativa de Bloggers Filosóficos. Saludos!

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  2. Hola!
    Me ha gustado mucho la entrada. Creo que todo depende de la forma en que es criado, un chico que desde pequeño es motivado tendrá más capacidad en respectivas cosas. Pero como vos decís, siempre es momento de seguir aprendiendo y solo se necesita voluntad

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  3. Hola! Me gusto mucho esta entrada, antes habia escrito un comentario extenso y cuando coloque enviar me salio error :(. Pero recuerdo que llegue a la misma conclusión, los seres humanos somos seres muy complejos y nos influencia muchísimo el ambiente y las relaciones. Por lo cual utilizar un medio estadístico para medirnos es un error, ya que hay demasiadas variables que afectarían al resultado, volviéndolo imprevisible.

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  4. ¡Hola Esteban!
    Estudié algo de esto en la materia psicología este año y hay un autor que se llama Piaget que estudió la construcción de la inteligencia del niño. Hay algo que estoy de acuerdo con él y es que todos tenemos nuestros tiempos y yo creo que es la respuesta indicada (desde mi punto de vista) sobre el tema de la precocidad. Somos seres humanos distintos, con capacidades y habilidades distintas. No todos aprendemos a hablar o a caminar a la misma edad, o andar en bici, o a escribir o a leer. Algunos lo hacen antes, otros en el momento promedio y otros muchos después.
    Según Piaget eso está bien porque es natural, todos tenemos nuestros tiempos y así se va construyendo, poco a poco, nuestra inteligencia (se construye sobre lo construido).
    La verdad es que esta entrada es muy interesante y me encantó que sigas con mi iniciativa :D

    Saludos,
    Aylu.

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  5. Hola Esteban! Para mi la precocidad no pasa sólo por la estadística y el promedio, sino que tiene que ver con los limites. Los adultos odiamos los límites y que nos digan como tienen que ser las cosas... Entonces, cuando algo sobresale, sea para bien o para mal, lo hacemos notar, como si en ese logro se escondiera una pequeña rebeldía, como si de esa manera nos rebeláramos contra lo impuesto por ese dichoso promedio que nos dice como tienen que ser las cosas.

    Por lo menos, lo veo un poco así tambien.
    Besos!

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  6. Hola...está genial, he leído tus dos entradas y me encantaron...

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  7. Excelente reflexión, me hizo pensar en muchas cosas
    Espero poder leer más entradas así en tu blog! :)

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